Capítulo 8: Sorpresa Inesperada
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Capítulo 8: Sorpresa Inesperada
- Gracias por volar en Lan… que tenga un buen viaje.
La voz amable de la azafata no hizo ningún efecto en el ánimo de Fernando.
Este, con expresión cansada, sólo se acomodo en el asiento y, sin ningún entusiasmo, miro el cielo grisáceo, preludio de un amanecer iluminado.
Poniéndose en el oído un audífono, cerró levemente los ojos, y sin poner resistencia, dejo que la suave melodía de Adele lo transportara a tiempos nada complicados, donde no tenía responsabilidades ni exigencias…
La escuela… pensó con letargo al considerar que aquel tiempo fue, lejos, el más alegre y entusiasta de su vida.
Había creído, con cierto temor, que por ser hijo de Joaquín Urquieta, la gente, o lo trataría con excesiva cortesía, rayando en el servilismo, o, por el contrario, no lo incluirían en sus juegos o actividades.
Nada de eso fue así. Desde que tuvo la estrella de encontrarse con Manuel, fue como encontrarse frente a un espejo: un reflejo de su alma necesitada por un hermano, alguien con quien compartir sus alegrías y miedos, sin exabrupto de su madre, a quien amaba, pero que lamentablemente, tendía a exagerar. Tampoco tenía que competir con él, pues sus intereses y metas distaban mucho de las de él, puesto que mientras Manuel se proyectaba en un trabajo espléndido, haciendo carrera en una empresa de aquellas, él sólo ambicionaba una vida tranquila.
La imagen algo nublada de una chiquilla de cabello oscuro y trenzas largas se deslizo por entre sus recuerdos provocando que este hiciera un breve respingo y, luego, un suave respiro.
Ariel González
Amiga de Manuel desde que estaban en el jardín de infantes, era la hija del borracho del pueblo y al cual muchos le tenían lástima. Incluida su madre, quien había sido muy amiga de una de las hermanas de ese pobre infeliz, por lo que estaba enterado que recibía malos tratos de su parte y, por esa razón, era de rabioso carácter y algo tosca.
Por aquella razón, su madre siempre elogiaba sus logros y se preocupaba de ella, quizás como una forma de manifestar su afecto por quien fuera una gran amiga.
Más de alguna vez, llevado por su natural curiosidad, había intentado acercársele. Por alguna razón, su forma ruda de relacionarse le merecía todo su respeto, sin embargo, como si ella lo repeliera, lo mantenía a distancia, como si quisiera protegerse de él.
Entreabriendo apenas la mirada, Fernando sólo espero que, estuviera donde estuviera, fuera, por lo menos, más feliz de lo que había sido al lado del miserable de su padre, quien sólo le trajo a su vida desilusión y humillaciones.pues a diferencia de la gente del pueblo, no creía que estuviera muerta. Al contrario, creía que quizás su suerte había cambiado para bien.
Después de 20 minutos, ya en el aeropuerto de Puerto Azul, Fernando camino en busca de un taxi. La reunión que tenía con Castañeda era a las 10:00, y su reloj marcaba las 9:00. Consideraba que después de esto, podría ganarse un poco de respeto de parte de su padre, y de ese modo, no lo cambiará de función como si fuera un monigote.
Mirando hacia donde se encontraba el paradero de taxis, se giró repentinamente hacia un costado en busca de una salida alternativa, pues la principal estaba atestada de gente, cuando una figura menuda y pequeña se estampa en medio de su pecho.
- ¡Dios mío! - exclamó él casi sin aire.
- ¡Diablos! – rezongo una voz femenina, que luego de un instante, luego de rebotar en el cuerpo de Fernando, extendió los brazos como si se desarmará.
Este, en tanto, como si fuera un acto reflejo, alargó ambos brazos y la atrajo hacía él con fuerza.
Quizás demasiada.
Ambos rostros quedaron a unos centímetros, uno del otro, observándose con una mezcla de sorpresa, a la vez que de extrañeza.
- Lo siento – murmuró Fernando con el ceño fruncido, intentado apartarse, pero se encontró que no podía hacerlo. Sus manos, como dos garfios, rodearon aquel fino talle manteniéndola muy cerca de él.
- No se preocupe… - expresó aquella, que resultó ser una mujer de ojos castaños que lo miraba con una expresión vulnerable – fue un accidente… nada del otro mundo...
- En verdad… no fue mi intensión…
- No fue nada…- indico ella, y apartándose con presteza, le dirigió una mirada algo confundida, y sin más, se volvió hacia el lado contrario, perdiéndose en el enorme mar de gente que se encontraba en el aeropuerto.
Parpadeando, Fernando se tocó ambas manos, y apretándoselas una contra la otra, se quedo parado en medio del lobbie con la vista fija sobre aquella desconocida.
Eran las 12:00 del día, y Carlos Valenzuela se paso toda la mañana en la estación de trenes.
Aún cuando su hijo le dijo que lo más probable es que esa gente iba a llegar en avión o en coche, aquel hombre, como el cabezota que era, no lo escucho de ninguna manera.
Al mando de dos cuadrillas, Manuel estaba que echaba chispas.
A cada rato la radio sonaba, y él, apretando la boca para no exclamar un juramento, intentaba solucionar cada problema con la mayor diplomacia que podía.
- Manolito… – dijo Juan a sus espaldas caminando con rapidez – acaban de llamar del portón principal diciendo que llegaron unos ingenieros por esa cosa de la maquina.
- ¡Fantástico! – murmuró Manuel pensando en que además de hacerse cargo de las cuadrillas debía ocuparse de esa porquería de metal, y aspirando aire con fuerza intento calmarse antes de preguntar - ¿dónde están?
Mal que mal, aún cuando su padre estuviera dando la hora en la ferroviaria, estaba
Fernando. Ayer le había mencionado que don Joaquín le había dado varias responsabilidades, entre ellas las de adquisiciones.
- Están en el patio central… - tragando saliva, el hombrón, algo nervioso se tironeo el borde de la camisa antes de añadir – Javier dice que quieren hablar con don Joaquín o don Fernando, pero el jefe salió a inspeccionar unos caminos que llevan a Cabo Viejo – dijo refiriéndose a una pequeña mina de plata hallada hacia unos 30 años – y Fernandito está en la capital… y como no está don Carlos, pues te va a tocar a ti atenderlos.
Con fastidio, Manuel se llevó la mano a la cara mientras se mordía un par de palabrotas, y es que a veces no podía creer que podía tener tan mala suerte. Dejando a Juan a cargo de la cuadrilla de su padre avanzo hacia el exterior de la mina con paso enérgico sintiendo como la luz lastimaba su ojos.
Aún a pesar del foco adosado a su casco y las luces alógenas ubicadas en varios sectores de la mina, Manuel se sentía un poco ciego, y caminando de memoria en dirección al patio, pudo apreciar tres siluetas en medio de aquel. Al azar se percato que se trataba de dos hombres, y una de ellas, al parecer, parecía ser una mujer, por lo menuda de su figura.
- ¿Carlos Valenzuela? – preguntó uno de ellos con una gruesa voz aproximándose a él
- No… - contestó Manuel poniendo una mano sobre sus ojos como una forma de ver mejor – soy Manuel Valenzuela… su hijo.
- Somos de Aluz, del departamento de garantía… – volvió a decir aquel – hemos venido por una máquina averiada que nos fue reportada la semana pasada.
- Sí… – afirmo el hombre e indico hacia uno de los garajes de la mina - ¿me acompañan?
- Claro.
Suspirando con fuerza, Manuel espero que aquellas personas se acercaran lo suficiente como para poder guiarlas hasta el lugar, cuando, la que parecía ser una mujer, se aproximó a él, y como si su vista se hubiera mejorado, notó que aquella llevaba el cabello era oscuro y recogido dejando al descubierto un cuello largo y una frente amplia.
Con una sensación extraña, Manuel intentado ser discreto, observó de reojo su perfil.
- ¿Por dónde? – preguntó un tipo que paso por su lado, interponiéndose completamente en su campo de visión.
Enseñándole con la mano la dirección hacia donde se dirigían, Manuel encauzo a aquel hombre, pareciéndole que aquel lo escoltaba con la clara intensión de que no seguiría su escrutinio sobre aquella extraña.
- Aquí está – resopló Manuel indicando con un dedo un galpón de 100 metros cuadrados.
- ¿Podemos echarle un vistazo? – preguntó uno de los hombres, de quien se pudo dar cuenta que llevaba puesta una camiseta verde con el logo de Aluz.
- Por supuesto – señaló Manuel al tiempo que se apartaba de ellos en dirección hacia la mina.
Dando dos pasos, por el rabillo del ojo, miró aquella mujer dándose cuenta perfectamente que está lo estaba observando.
- ¿Vienes Ariel? – inquirió uno de los hombres dirigiéndole una breve mirada.
Manuel, frunciendo el ceño al escuchar ese nombre, se volvió completamente hacia ella, la cual lo continuaba mirando.
De pronto, la mujer se cruzó de brazos y se acercó a Manuel sosteniéndole la mirada.
No puede ser posible… se dijo Manuel para sí, algo turbado.
- Ha pasado mucho tiempo – expresó la mujer con suavidad dirigiéndole una sonrisa.
Abriendo los ojos, la luz le permitió a Manuel contemplar completamente el rostro ovalado de esa mujer, sus ojos oscuros, el largo de su nariz... una mujer indudablemente hermosa, que, de pronto, como si el tiempo retrocediera, las hebras rebeldes de su cabello cayeron sobre su frente enmarcando el semblante infantil de una cría de largas trenzas y expresión traviesa.
- Ariel – murmuró Manuel totalmente anonadado ante aquella mujer.
- Manuel – musitó ella emocionada, pellizcándose los brazos de emoción.
jerycz- Mensajes : 588
Fecha de inscripción : 24/07/2011
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