Capítulo 10: Recuerdos

- Por los recuerdos.

Chocando su copa, Fernando la alzo levemente y sorbió un poco de su contenido, en tanto, frente a él, en la terraza de un departamento de lujo, un hombre de cabello tan claro como el de él, agitaba brevemente el líquido de su vaso mostrando una vaga sonrisa.

- Siento lo que paso con Nicole… - expresó Fred, luego de un minuto de silencio – no pensé que fuera ser tan imprudente.

- Debería colgarte del poste más alto de este lugar… - resopló Fernando con un deje de fastidio – ¡mi madre casi me asesina con la mirada!

- Mi única excusa es que pensé que congeniabas con ella… - y alzando una ceja, el hombre se pasó la mano por el cabello con expresión sincera – parecían hacer una buena pareja…

- No lo hagas nunca más… - lo interrumpió Fernando sentándose más derecho en la poltrona, y entrecerrando los ojos sosteniendo su mirada – no tengo intensiones de tener una relación con nadie.

- No te entiendo, Fernando… - la mirada azul de Fred destelló con sorpresa – cada vez que salimos, las chicas más guapas se te acercan… ¡ojalá y yo tuviera la suerte que tienes!

-Te la cambio… - señaló este sin humor, y apuntándolo con el dedo, sentenció – y te lo advierto, Federico ¡no vuelvas a darle mis señas a nadie! ¿entiendes? ¡o la próxima vez no vas a tener la misma suerte!

- ¡Esta bien, está bien! ¡nunca más! ¡te lo juro! – profirió este e hizo el signo de la cruz sobre su pecho.

Meneando la cabeza, Fernando no podía encontrar a Fred más payaso. Bueno, siempre había sido así, desde que estaban en la Universidad, y es que a pesar de haber perdido a ambos padres en un lamentable accidente cuando era apenas un muchacho, lo cierto es que su carácter algo nervioso lo controlaba gracias a la jovialidad con que veía la vida.

- ¿Y Mel? – preguntó Fernando luego de un rato que estuvieron hablando de la bolsa y de trabajo.

- Ahí está, trabajando en el Ministerio de Minería… - este mordió una papa frita antes de decir – claro que ya le queda poco. Apenas pueda terminar de concretar ese proyecto del que te hable que iba hacer en Australia, me la llevo conmigo.

- Mel es una excelente ingeniera y ese proyecto promete.

Aquel era el sueño de los hermanos Mackenzie, especialmente de Fred, quien había dedicado mucho tiempo en buscar todo lo necesario para montar una empresa de maquinaria pesada que funcionara como era debido en un lugar estratégico.

- Ahora debe estar en ese evento de los Mayorga en el teatro… - Fred sirvió más vino en ambas copas – un beneficio destinado a construir un nuevo pabellón pediátrico.

- ¿Y cómo no estás ahí? – inquirió Fernando torciendo el labio – si me hubieras dicho quizás me hubiera animado.

- Quería ir, pero, bueno… - alzo los hombros con despreocupación – ya no tenía gracia… no iba a estar Ariel así que no tenía caso.

- ¿Ariel? – quiso saber Fernando intentando controlar ese raro interés que le nacía cada vez que escuchaba ese nombre.

- Una amiga de Mel desde el tiempo de la universidad… - bebiendo un poco de su copa, Fred cruzo una pierna sobre la otra mientras esbozaba una tenue sonrisa – es una chica linda, pero escurridiza hasta decir basta.

- ¿Te gusta? – inquirió sorbiendo un poco de vino.

- Sí… - convino Fred y aspiro fuerte con cierta desilusión – pero no me da ni la hora, aunque no por eso me voy a dar por vencido.

Mordiéndose el labio, Fernando contuvo las ganas de saber más señas de esa mujer. Aún cuando ese nombre en particular no era nada de común, no deseaba exponerse. Conociendo a Fred, lo más seguro es que le diera por hacerle preguntas que no quería responder.

Sus recuerdos le pertenecían.

Eran de él y de nadie más.





Apenas entró en el restaurant del viejo Many, todos los comensales volvieron sus rostros para observarla.

Ella, enarcando la ceja, hizo un breve gesto de perplejidad y luego continuó avanzando al interior del local. Se le había olvidado que en ese pueblo era típico que cuando un nuevo rostro aparecía, captaba la atención más rápido que una cámara de televisión.

Observando con interés a su alrededor, una suave sonrisa pintó su rostro al darse cuenta que nada había cambiado en aquel lugar: la casona, algo ruinosa, tenía ese aire hogareño que la hacía sentir a gusto, en tanto, las paredes tapizadas de fotografías de tiempos inmemoriales donde contaba la historia del pueblo eran un fiel retrato de una vida difícil y sacrificada.

Notó como aún Many mantenía aquellas mesas de madera redondas y gastadas donde los chicos de la escuela habían grabado muchas marcas, destacándose la de los enamorados que, sin medir consecuencias, dejaban estampadas sus iníciales como un signo de un amor eterno.

Parpadeando con ternura, Ariel recordó cuantas a veces había deseado haberle gustado a alguien y ver su letra P impresa para la eternidad.

- Hola Many… – expresó de pronto Manuel alzando una mano a modo de saludo hacia a un hombretón que bordeaba los sesenta años, de cabello cano y corto, un tanto excedido de peso, quien se acercaba con un taco para escribir y un lápiz en las manos con presteza - ¡queremos una mesa!

- Están todas ocupadas… - indico este con curiosidad al ver que aquel muchacho venía acompañado e inquirió con humor - ¿o necesitas privacidad?

- No, claro que no… aunque presentarte a una vieja amiga… - resopló Manuel sonriendo con confianza y volviéndose a la mujer que estaba a su lado, señaló – Many saluda a Ariel.

- ¿Ariel? – preguntó este con incredulidad, y con los ojos muy abiertos observó aquella mujer.

Nada de la mujer que veía se parecía su pequeña Ariel.

- Hola Many – saludo Ariel sosteniendo su mirada, algo nerviosa por el escrutinio al cual era objeto.

- ¡No es cierto! – susurró Many meneando la cabeza y volviéndose a Manuel, le dijo como si hubiese sido un mal chiste - ¡claro que no es Ariel! ¿de dónde sacas esas cosas?

- Many, soy yo… - Ariel, aproximándose a él un paso, extendió una mano que dejó caer sobre su ancho brazo y acaricio con delicadeza - la misma niña que venía todas las tardes a tomar un chocolate y comentar sobre los partidos de fútbol… - el hombrón, sin poder mirarla, sólo parpadeo – ¿recuerdas como nos reíamos de los resultados del equipo del maestro Ruddens y apostábamos quien ganaba?

Dejando caer el lápiz, Many ladeo el rostro con los ojos grandes y brillantes, observándola como si quisiera leer en ella.

- ¿Ariel? – preguntó el hombre con cuidado, y cubriendo la pequeña mano que la mujer mantenía sobre su brazo con la grande y tosca de él - ¿eres tú, en verdad?

Asintiendo con los ojos anegados en lágrimas, Ariel esbozo una amplia sonrisa.

- ¿Escuche que alguien decir Ariel? – expresó, de improviso, una mujer mayor, de cabello cobrizo y mejillas enrojecidas, acercándose a ellos mientras se secaba las manos en el delantal de cintura que traía puesto.

- ¡Por Dios, Mujer! – profirió más para sí mismo el hombre que para su compañera de toda una vida – es Ariel… ¡no te parece un milagro!

Sintiendo que ya no podía esperar más, Ariel adelanto un paso, y abrazo con cariño a Many. Habían sido legendarias las tardes en que se sentaba en su barra y él la ayudaba estudiar con lo poco que sabía, y donde le brindaba algunos consejos cuando su malhumor explotaba con fuerza.

Sentándose los cuatro en una mesa de roble que él mismo había hecho en su tiempo de ocio, como si el tiempo no hubiera pasado, Many puso al corriente a Ariel de lo sucedido en estos años.

Fue así, que en medio de una agradable velada, supo que Many se había casado con Marcia pero no habían podido tener hijos. Al poco tiempo, le diagnosticaron diabetes, teniendo que hacer una dieta estricta y controles periódicos.

- ¿Y cómo estás? – quiso saber la muchacha palmeando afectuosamente su ancha mano.

- Bien… bien… – resopló Many esbozando una suave sonrisa – ya me acostumbre… de todos modos… – se aplaudió su prominente barriga con una alegre carcajada – tengo que mantenerla a raya… sino, lo más seguro, es que Marcia me deja.

- ¡Eso ni lo dudes! – expreso la mujer mirándolo con adoración.

- ¿Y tú? – preguntó Many mirando a Ariel con simpatía - ¿dónde habías estado? ¿cómo has estado?

- Pues… he vivido todos estos años en Puerto Azul… – haciendo una breve pausa para tomar aire, sus ojos se toparon con la mirada oscura de Manuel, quien parecía verla con sincero interés – tía Arcilia me llevo de un ala a su casa después que mi padre murió.

- ¿Arcilia? – Many pestañeó con alegría, recordando que ella había sido compañera de curso cuando estaba en primer año básico - ¿cómo está?

- Ella… - Ariel suspiró con pena y apoyo ambos codos sobre la mesa - murió hace dos años… - ninguno de los tres pudo disimular su desconcierto – estaba enferma de cáncer… leucemia… hacía mucho tiempo y la pobre lo estaba pasando bastante mal.

Después de un breve silencio, Many acaricio blandamente la mano de Ariel, y luego de hablar de un par de palabras más sobre la alegría que sentía de verla, la beso en la frente y retiro a la cocina junto a su mujer.

- ¿Estás bien? – preguntó Manuel sentándose a su lado, tomando con delicadeza la mano que mantenía ella sobre la mesa.

- Sí… – Ariel asintió mirando sin ver el fondo opaco de la mesa – sólo que ha pasado mucho tiempo…

- Han pasado 18 años… por supuesto que debe afectarte esta situación… – Manuel sonrió con tibieza y, abarcando algo más su contacto, apretó con afecto los dedos de sus manos – reencontrarte con un pasado nada de encantador.

- Todo está lleno de recuerdos… - murmuró Ariel levantando el rostro y sostener su mirada – por donde mire… ¡todo está lleno de recuerdos!

Como si temiera que se quebrará, Manuel, extendiendo sus brazos, la atrajo hacía él y la afirmo contra su pecho.

Sin poner resistencia, Ariel se dejó cobijar por el calor del contacto de su amigo de la infancia y el suave sonido de su corazón.

Qué nostálgico ha resultado este capítulo, no hay nada más emocionante, feliz y a la vez triste que recordar y sobre todo volver a un lugar donde pasaste tu infancia, volver a ver a toda esa gente querida donde pasaste los mejores años de tu vida.

Hola Jerycz, tu novela lleva más de un mes inactiva, si no publicas cap antes de fin de año, tu historia será removida a papelera el próximo 1 de enero. Un saludo.

Gracias Pedro por el aviso